Un cuento de Navidad.

Cada año al llegar la Navidad, los medios de comunicación comenzaban una campaña, que primero fue tímida, pero luego al ver el resultado, pasó a ser un continuo y machacón bombardeo: No tire su abeto de Navidad ¡plántelo! y haga un bosque junto a su casa. La Naturaleza se lo premiará.
¿No hubiera sido mejor decir: compre un árbol artificial en los chinos que le servirá para siempre y deje a la Naturaleza en paz?¡Lo que les gusta a los medios lanzar consignas engañosas!.

Así se hizo de modo masivo y obsesivo durante años. En las fronteras proliferaron los viveros. Los países vecinos hicieron negocio con los abetos. Como el poder adquisitivo de los paisanos era tan alto, había mansiones que tenían un árbol navideño en cada estancia, de modo que al terminar las fiestas la plantación llegaba a ser compulsiva. Se plantaron abetos en cada resquicio de tierra libre por escaso que fuera. Mas que bosques se levantaban setos por doquier. El clima propicio hizo el resto. Los árboles crecieron, se ensancharon y ocuparon cada hueco que encontraron de modo que ya no quedó mas sitio libre. Entonces los medios aconsejaron no comprar mas abetos: ¡iluminemos los que tenemos alrededor!.
Dicho y hecho.(A los paisanos les encanta obedecer consignas engañosas). Una compra masiva de bombillas tuvo lugar aquel año. El país se llenó de chinos que instalaron bazares en todos los sitios disponibles: naves industriales, bajos comerciales, pisos, y por supuesto al aire libre, en mercadillos y en pequeños puestos de esquina. Los semáforos, los bares y terrazas, los accesos a las grandes superficies y a las pequeñas, incluso a las iglesias y a los colegios, se atiborraron de chinos ambulantes con la mercancía luminosa a cuestas. Nunca se vio una invasión tal de orientales, ni de bombillas. Al otro lado, donde antes estaban los viveros, ahora proliferaban las fábricas de luces navideñas de todos tamaños y colores.
Sucedió, que faltó energía para tanta luz. Hubo que restringir el encendido sólo a los abetos próximos, entiéndase pegados, a las casas. Los lideres decidieron comprarla en los países vecinos. Los chinos se pusieron manos a la obra.Los medios ya no decían ni pío.
Hubo que levantar tendido y proveer todo el material necesario. En unos meses estuvo listo y cuando llegó por fin la Navidad ¡oh milagro! Cientos o miles de millones de pequeñas bombillas iluminaron hasta el último rincón del pequeño y próspero país de ríos cristalinos y vegetación excesiva. Había tanta luz que no podían mirar sin gafas de sol.
El país entró en el libro de los récords, por varias razones: la intensidad de la luz (se veía desde la estratosfera), el número de bombillas y la cantidad de chinos per cápita con los que contaban.
Mientras, fue sucediendo algo mas: los árboles crecieron tan alto, puesto que ya no podían a lo ancho, que sus copas se fueron enredando y formaron un tupido techo verde sobre el diminuto país. Tan tupido, que ocultó el sol para siempre. Porque los paisanos no iban a tirar ni un árbol. Cualquier cosa menos atentar contra la Naturaleza. Nosotros somos civilizados. Los chinos, otra vez, solucionaron el problema: Primero proveyeron infraestructura para importar mas luz, luego, para que ésta se siguiera viendo desde el espacio y no se perdiera uno de los récords, extendieron sobre el techo de ramas una tupida red, perlada de infinidad de bombillas de colores. Fue un trabajo laborioso que tuvo que contar con varios helicópteros desde los que se sujetó y se desplegó la refulgente malla. Delante de un ordenador un observador permanente, tenía visionada la red luminosa a través de Google Earth, por si se fundía alguna bombilla. Si esto sucedía daba las coordenadas exactas y un operario trepaba a lo alto a reponerla. Era una labor de chinos.
Para completar el trabajo, los orientales diseñaron o copiaron de algún diseño, un nuevo alumbrado público permanente que fue el asombro de generaciones venideras. Tanto asombro produjo que comenzaron a llegar turistas para conocer el pequeño país que hasta el momento no había suscitado ningún interés en ninguna parte.Hubo que hacer aeropuertos y hoteles. Naturalmente los chinos se encargaron. Talaron árboles, si no hubiera sido imposible. Pero a la comunidad no le importó: era para progresar.
Mientras, a los orientales les surgió otro negocio. La gente sin poder tomar el sol, estaba paliducha, no parecían gente sana y bien alimentada. Además la falta de luz solar comenzaba a causar problemas de salud. En los mismos sitios donde antes vendieron bombillas, los laboriosos amarillos, instalaron ahora cámaras de rayos UVA a tutiplén. Siii, los vecinos las fabricaban en la frontera.Y en esto llegó el turismo, que no Fidel.
Los hoteles estaban instalados en los cerros, por encima de las copas de los árboles. Era el lugar idóneo, además, mas abajo no había sitio. A cada persona se le ponía en la habitación, amén de un abeto para llevar de recuerdo, un par de gafas de sol, porque el destello de los millones de bombillas no se podía contemplar a simple vista. “La galaxia verde” o “Entre dos cielos” o cosas por el estilo, así se llamaban los alojamientos. Desde ellos, casi todos de cinco estrellas, (contemplar la estupidez ajena sale caro) se hacían excursiones diarias para observar a los extraños lugareños sin sol, ni por supuesto sombra, pero tostados como granos de café, que vivían bajo un techo de ramas, alumbrados por cantidades ingentes de bombillas y rodeados de chinos por todas partes.
La experiencia del turismo fue un éxito, como todo lo que se hacía en el pequeño país de ríos cristalinos y tupido ramaje. La gente venía por millones a conocerlos. Sin embargo a nadie, nunca, nunca, se le ocurrió imitarlos. Ni siquiera a los chinos.Por lo menos que se sepa.
FIN

Que el resplandor de la Navidad no nos impida ver el sol. Que la imaginación no nos abandone nunca y que seamos capaces de ver lo invisible.Mis mejores deseos para todo el mundo.



de Navidad con mis felicitaciones.Muchos besos.Mª Jose

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