Dibujo de Carlos Navia |
Hace
unos días, en un viaje a Madrid, necesité alojarme por circunstancias que
explicaré en otro momento, en el Barrio de las Letras, y por esas cosas de la
causalidad, (que no casualidad, que no existe), descubrí cosas muy interesantes,
que ignoraba y que quiero compartir con
todos.
Madrid
es una ciudad desconocida. Si, si, no me he vuelto loca. Todos conocemos lo
esencial. Nos hacemos fotos “relaxing” en Plaza Mayor, con La Cibeles o con
Neptuno, depende del color: merengue o colchonero, con el templo de Debod al
fondo, delante del palacio de Oriente o de la Almudena, en el Retiro; la gente
llega a los estadios de la capital con devoción, muchos, incluso, a la plaza de
toros; Chicote, Lucio, Lhardy…En el mejor de los casos visitamos Museos, pero
¿que sabemos en realidad de Madrid? ¿Cómo era la ciudad antes de ser tan ciudad?
Madrid
no fue desde siempre la capital de España, como todos sabemos. Una de las
primeras capitales que tuvo la Hispania de los comienzos fue la villa de
Pravia, de donde yo soy, en el siglo VIII, reinando Silo. Madrid no lo fue
hasta el siglo XVI, concretamente en el año 1561, siendo rey Felipe II. ¿Cómo
era Madrid antes de eso?
Mayrit,
en mozárabe fuente y en árabe
derivado de majrá, cauce o rio, fue
una preciosa villa amurallada, (Pravia también tuvo murallas, hoy perdidas por
completo), fundada mediado el siglo IX, por Muhammad
I quinto emir omeya de al-Andalus,
quien en principio, mandó construir una fortaleza sobre el Manzanares (donde
hoy se asienta el Palacio Real), para defender el camino entre la sierra del
Guadarrama y Toledo, a cuya taifa
pertenecía. Desde aquí partían los ejércitos árabes para llevar a cabo razzias sobre los reinos cristianos.
El
asentamiento no se eligió al azar: la zona poseía una vega muy fértil y
extensa, además de un acceso fácil a las abundantes reservas acuíferas, y
estaba integrado dentro de un complejo sistema defensivo que se extendía por
diferentes puntos de lo que hoy es la .Comunidad
de Madrid.
En
torno a la fortaleza fue creciendo un asentamiento de población como ocurría
siempre, que tras la reconquista, aumentó favorecida por las políticas
repobladoras de los monarcas cristianos.
La
muralla de la Mayrit musulmana, arrancaba directamente del Alcázar, con una
longitud aproximada de 980 metros, encerrando una superficie de unas cuatro
hectáreas, donde se asentaban la mezquita y la residencia del emir. Tenía tres
puertas de acceso directo y sin recodo:
La Puerta de la Vega,
sita en lo que hoy es la cuesta de la Vega, que comunicaba el recinto con las
vegas del río. Pudo estar ubicada junto a lo que hoy es la cripta de la
Almudena.
La puerta de la Mezquita
o de Santa María, que llevaba al núcleo civil desarrollado extramuros,
por lo que hoy es la calle Mayor.
La puerta de la Sagra (Xagra),
o del Campo, que conducía a las
huertas, por lo que hoy es la calle Bailén, semiesquina a Plaza de Oriente.
La
muralla tenía, asimismo, varias torres rectangulares, con disposición poco
saliente del muro principal, que se sucedían cada veinte metros. Sus lienzos
combinaban silex con caliza. Fue reforzada en el siglo X, por
Abb al Ramman III.
Hoy
en día se conservan fragmentos visibles de esta muralla en el parque Muhhamad
I, unos ciento veinte metros, en la cripta de la Almudena y enfrente a ésta, en
el Museo de las Colecciones Reales.
Aunque
la reconquista de Mayrit fue obra de Alfonso
VI de León, la construcción de la nueva muralla cristiana se atribuye al
rey Alfonso VII, mi “amigo” el Emperador, sobrino del anterior y primero
de la dinastía Borgoña, sobre el que he escrito mucho y mira por donde, nos
volvemos a encontrar en Mayrit.
Esta
nueva muralla, protegía un recinto de algo más de 33 hectáreas, ocho veces más
que la primitiva muralla árabe y tenía una longitud de 2200 metros. Las torres
eran semicirculares sobre paños de pedernal,
que tenía la propiedad de soltar chispas al ser golpeada, dando origen a
uno de los lemas de la ciudad:
“Fui sobre agua edificada, mis
muros de fuego son”
Se
cree que pudo haber entre 130 y 140 torres. La muralla estaba rodeada de un
foso exterior, en casi todo su perímetro, como avalan el nombre de alguna de
sus calles: La Cava Alta, La Cava Baja, La Cava de San Miguel, que fueron
trazadas sobre este foso una vez desecado.
Esta
muralla cristiana tenía cuatro accesos:
La Puerta de Guadajara, que
era la más suntuosa, dado que ocupaba el lugar de más tránsito de la ciudad y
estaba sita a la altura del número 49 de la actual Calle Mayor. Otro emperador,
Carlos I, mandó derribarla y construir una con tres arcos, mucho más
ornamental, que fue destruida por un incendio el dos de septiembre de 1582. Siempre
el fuego presente…
La Puerta de Valnadú o Balnadú, situada
en las proximidades del Teatro Real,
en el centro de la manzana definida por las calles Lepanto, Carlos III y
Vergara.
La Puerta de Moros,
se abría al sur, en la actual Plaza del Humilladero, entre la Cava Baja y el
Almendro. Fue destruida en 1412 durante una revuelta.
La Puerta Cerrada, en
la plaza que lleva su nombre, llamada también, de la culebra, por el relieve de un dragón esculpido en la misma.
Estaba flanqueada por la Torre del
Vinagre, siendo demolida en 1569, con ocasión de la llegada de Isabel de Valois, esposa de Felipe II.
Esta fue una de las más emblemáticas de la ciudad y su símbolo, el dragón
permaneció mucho tiempo en el escudo de Madrid.
Se
dice que el rey Felipe III, fomentó
la leyenda de un dragón en el origen de la fundación de Madrid para darle a
ésta un carácter mitológico, que por lo visto, estaba de moda en la época, en
otras ciudades europeas. Además, en aquellos tiempos de luchas de religión con
los musulmanes decir que estos habían fundado Madrid, era un sacrilegio. Así
pues, según la propaganda de la época del tercer Felipe, héroes de la mitología
clásica, supervivientes de la guerra de Troya y
ascendientes de Rómulo y Remo, habían llegado a la Península Ibérica y
habían fundado Madrid (Mantua
Carpetana).
Pero
lo cierto y verdad, es que una piedra con un dragón esculpido se halló,
precisamente, en la Puerta Cerrada, alimentando la leyenda de que la Puerta
estaba defendida por un dragón y todo aquel que se atreviera a entrar ya sabía a
lo que se arriesgaba. Recordemos que las torres de pedernal soltaban chispas
cuando se las golpeaba, como presagio y adelanto del fuego que te consumiría si
forzabas la puerta y despertabas al dragón. Esta puerta se situaba frente a una
llanura, y aunque existiera un foso, era la más vulnerable a priori, por eso se
fomentó la leyenda del dragón.
La
plaza, presidida por una cruz, que hoy se sitúa en su lugar y que lleva su
nombre, está formada por la confluencia sobre la calle Segovia, de la Cava
Baja, Nuncio, San Justo, la Pasa, Gómez de Mora, Cuchilleros y Latoneros.
Vamos a
detenernos en la Cava Baja. Sabemos que se asienta sobre el foso desecado que
circundaba la muralla cristiana, fácilmente deducible, ya que esta calle está
ubicada entre lo que fueron dos de las puertas de la muralla, la de Moros y la Cerrada.
Pero antes de esto ya existía, en época musulmana, el llamado arrabal de la
Cava Baja, datado entre los siglos IX al XI, pasando por el cual, levantaron
los cristianos la nueva muralla. El medievalista José Manuel Castellanos Oñate,
tiene documentados pozos y silos de cereal de época islámica, lo cual parece
indicar que el arrabal era un asentamiento de mercaderes, artesanos y
agricultores que atendían las necesidades de la guarnición que moraba
intramuros y de sus familias. Existían, pues, dos enclaves: el militar dentro y
los civiles en los arrabales, principalmente en la Cava Baja. Tras la
reconquista y la ampliación de la muralla, esta cava fue inundada, a título
defensivo, con el agua de la laguna existente tras la Puerta Cerrada,
constituyendo el foso que la rodeaba.
Los
monarcas castellanos fomentaban la repoblación en los territorios que iban
añadiendo a la corona, haciendo lo mismo con Mayrit, cuya población árabe y mozárabe,
se vio incrementada con gentes procedentes del reino de León y Castilla, que
convivieron y se mezclaron intercambiando conocimientos y tradiciones, lengua y
religión, dando con ello origen a nuevas culturas fruto del mestizaje, aprendiendo
los unos de los otros, en una convivencia ejemplar, que como ocurre siempre,
fue echada a perder por la política racista y xenófoba que brotaba de vez en cuando, en la historia
de Hispania.
Transcurrieron
siglos de luchas entre cristianos y musulmanes y taifas contra taifas y todos
contra todos. Mayrit fue creciendo, las murallas perdieron toda utilidad, el
foso se desecó, resurgió la Cava Baja, casi en el mismo sitio que ocupara en
tiempos árabes, y la leyenda del dragón que defendía la puerta Cerrada
persistió en el tiempo.
A
comienzos del siglo XVI, se creó la manzana
150, en los solares arrimados a la antigua tapia. Comenzó a numerarse en
Puerta Cerrada, continuaba por la Cava Baja, volvía por el Almendro, y por la
calle del Nuncio, llegaba otra vez a Puerta Cerrada.
En
esa época se ubicaban en la Cava varias dependencias de la Alhóndiga o Pósito, almacén de trigo municipal; El Peso de la Harina, convertido después
en la primera Posada madrileña, hoy restaurante La Posada de la Villa y sobre todo el Alholí de la Villa, que contaba con dos puertas: una a la calle del
Almendro y la principal a la Cava. Al lado del Alholí había un mesón: El Mesón del Dragón.
Cuando
Felipe II decidió trasformar a Madrid en la capital del Imperio en el, cual no
se ponía el sol, la Cava Baja se llenó de vida. Era el centro de viajeros,
arrieros, comerciantes, aventureros, y el lugar de donde salían y llegaban las
diligencias que transportaban el correo a los pueblos de la provincia, incluso
hasta Toledo, Segovia o Guadalajara. Debido a esta afluencia de comerciantes,
que traían sus productos hasta los mercados de La Cebada y San Miguel, las
Cavas fueron zona de hospedaje entre los siglos XV al XIX. También surgieron
entonces en esta Cava, las casas de comidas más antiguas de Madrid como el Mesón
del Segoviano y el Dragón, y
yendo y viniendo a lo largo de los siglos, existieron unos cuantos mesones (el
de la Merced, San Isidro, El León de Oro y La Posada del Dragón, llamada así
por su cercanía con la puerta). Todos tenían habitaciones para los viajeros,
patio para los carros, cuadras para el ganado e incluso jaulas para las fieras
de los circos ambulantes de la época.
Estos
edificios habían sido construidos sobre la muralla del siglo XII. Con los años,
el Pósito se trasladó a las afueras de la ciudad, junto a la Puerta de Alcalá y
el Alholí fue trasformado en depósito de pan y aceite.
Todo
el conjunto fue demolido a principios del siglo XIX y sobre sus restos, el
marqués de Cubas, edificó una corrala y contigua a esta, una mujer
emprendedora: la Antoñita, levantó su
fábrica y su tienda de jabones.
Ya
en nuestro siglo actual la corrala y la fábrica de jabones de la Antoñita se
convirtieron en un coqueto hotel boutique: La
Posada del Dragón. Al hacer reformas apareció la muralla cristiana que se
puede ver en otros lugares de la Cava Baja. Este hotel y La Posada del León de
Oro, en la misma Cava, muestran a los sorprendidos viajeros como yo, restos de
la muralla cristiana, bajo el suelo de cristal del restaurante, el Dragón
tiene, incluso una habitación con suelo de cristal sobre la muralla.
De
este modo, mientras desayunas o comes, miras hacia abajo y observas aquellas
piedras que soltaban chispas, que vieron y escucharon tantas cosas, que
contemplaron el transcurrir de los siglos, que fueron testigos de tanta vida y
tanta muerte, que sobrevivieron a generaciones, majestuosas, silentes,
poderosas, como el dragón que acaso fuera cierto, las defendió en aquellos años
perdidos para todos, aunque no para ellas, que aun continúan en pie, en medio
de un siglo que les es ajeno, y al que contemplan desde abajo, mansas, dormidas
como los dragones, pero igualmente poderosas, porque tienen la capacidad de
activar nuestra curiosidad, la virtud de sorprendernos y el poder de atraernos
a su época, para conocernos todos mejor, para que sepamos de dónde venimos y
para mostrarnos la humildad con la cual tenemos que contemplar la Historia, que
nos precede y que nos dejará atrás, mientras ella, como la Muralla de Mayrit,
siempre estará ahí, por los siglos.
Terminar
diciendo que La Posada del Dragón es un hotel lleno de encanto, con su portón
de la época, con una corrala maravillosa, con su majestuosa escalera del siglo
XIX recuperada…lleno de detalles que hay que ir descubriendo. Como acabo de
decir desayunas, comes y cenas sobre la muralla, que contemplas bajo un techo
de cristal mientras degustas una exquisita cocina de gourmet con productos de
mercado y con un lema: saciar nuestro
apetito sin vaciar nuestro bolsillo, y doy fe de que lo consiguen.
Lamenté
mucho, que el fantasma de Antoñita no me visitara, pero ahora estoy convencida
de que fue ella quien me sopló el acierto que tuve al elegir este hotel de
diseño, para mi estancia en Madrid. Gracias Antoñita y gracias a todo el
personal de la Casa, que pese a todo lo bueno enumerado, son el mayor tesoro del
hotel.
Muchas
gracias y hasta la próxima.