--Envío nuevo capitulo de La granja.
Muchos besos para todas.--La granja, capítulo V
Esa noche no durmió apenas. Hacía viento. Imaginaba oír pasos por el desván y un ruido como si arrastraran cadenas.
Se rió de si mismo: __estás bastante paranoico; es muy obvio lo de las cadenas y los fantasmas…__Casi de madrugada consiguió que el sueño lo visitara. Fue una especie de duermevela. En medio del sopor creyó ver una mujer rubia a los pies de la cama que lo observaba y le decía: __Gerardo, Gerardo…estoy abajo, abajo…
Abrió los ojos; no había nadie. No obstante se levantó y bajó. Tampoco había nadie allí. Todo estaba a oscuras y tranquilo. Volvió a subir. Se quedó un rato mirando la puerta del desván. El candado era muy grueso. Podía probar con una sierra de metales, pero haría demasiado ruido y además, Petra vería el candado serrado y se descubriría todo.
Se acostó, pero ya fue imposible volver a dormir.
__¿Estaré teniendo alucinaciones por la paranoia que me ha entrado?. Lo cierto es que desde que vi el camino y luego al viejo, tengo la seguridad de que este lugar encierra algo que tiene que ver mucho conmigo.
El día siguiente transcurrió como el anterior. La misma rutina. Por la tarde llamó Marta.
__¿Estas tan ocupado que ni siquiera llamas para contarme como va todo?
__Todo va bien. No te preocupes.
__¿Como es el enfermo?
__Viejo
__Desde luego, que borde eres, si no fuera lo bien que follas…
Hablaron un cuarto de hora. Marta sugirió ir un fin de semana a verlo. Quedaron en que él la avisaría .Respiró aliviado cuando colgó. Tenía prisa por seguir con sus planes.
El panadero pasaba cada día de lunes a viernes sobre las diez de la mañana. O sea que tenía, el resto del viernes, sábado y domingo para sonsacar a Petra y si se ponía difícil otro día mas . El lunes el recogía el pan y listo. Diría que la sirvienta estaba enferma. Había pensado atarla y si fuera necesario, golpearla hasta que le diera la llave del desván.
Cualquier persona en sus cabales se preocuparía por el cariz que estaba tomando la obsesión. Pero a Félix, acostumbrado desde niño a vivir situaciones singulares, le parecía normal.
Tenía que hacerse con la llave a cualquier precio. El camino, el hombre, la mula, los fardos y la manta eran demasiadas coincidencias. Todo lo había visto en el sueño que llevaba años repitiéndose. Tenía que saber mas, cayera quien cayese.
Esa noche el viejo estuvo muy inquieto, Félix temía que le repitiera el infarto. Se quedó a velar en la habitación. Petra se presentó con la pizarra. “Vaya a acostarse. Yo velaré. Es mejor que usted esté descansado por si hay que llamar al médico y acompañarle al hospital”
Le hizo caso, porque tenía razón.
Durmió mal. Volvió a ver a la mujer rubia que llamaba a Gerardo.
No era el nombre del viejo. Este se llamaba Higinio.
Despertó y decidió ir a la habitación del enfermo para ver como iban las cosas. Se asomó a la puerta y vio a Petra empujando la cama para colocarla de nuevo en su sitio.
__¿Que hace, por que lo ha movido?.
Evidentemente no obtuvo respuesta.
Sobre la cama descansaba una especie de libro de contabilidad. La mujer se apresuró a cogerlo y lo rodeó con los brazos sobre el pecho, mirando a Félix desafiante.
__Me he desvelado, váyase a dormir, queda poco para el amanecer. Descanse un rato, yo velaré.
Notó que estaba reacia a marcharse. Insistió.
__Petra, vaya a acostarse y duerma un poco. Me quedaré aquí con él. Váyase tranquila, mujer…
Transcurrido un buen rato desde que ella se fuera, salió al pasillo y comprobó que la puerta de su habitación estaba cerrada y la luz apagada. Regresó donde el viejo, se arrodilló y miró bajo la cama. No se veía bien. Cogió la lámpara de la mesilla y se alumbró con ella colocándola horizontal como una linterna. No vio nada anormal. Se pegó al suelo y extendió el brazo. Entonces si, al pasar la mano, notó la ranura entre las tablas, siguió avanzando y acarició un asidero. Se retiró hacia atrás rápidamente y se incorporó. El enfermo contemplaba todos sus movimientos con los ojos muy abiertos fijos en él.
Decidió no esperar mas. Cerró la puerta y puso el pestillo. Movió la cama, dejando al descubierto la trampilla. Estaba muy bien disimulada, puso el asa vertical y tiró de ella con cuidado no fuera a romperse. La puertecilla se abrió. Había una caja metálica del tamaño del agujero. Con el corazón a toda velocidad la sacó y la depositó en el suelo. La abrió y comprobó que estaba vacía.
__El libro__pensó en voz alta.
Volvió la caja a su sitio, cerró el zulo y puso la cama en su posición normal. Cuando lo hizo, reparó en algo: una argolla de pared justo detrás del cabecero. En ese momento no le prestó demasiada atención. Tampoco miró al viejo. Este tenía los ojos cerrados y estaba rígido como si llevara muerto varias horas.
No sabía que hacer. Se había puesto nervioso.
__Esa puta. Se lo ha llevado. Tengo que hacerme con el. En ese libro hay algo que me concierne, cada día estoy mas seguro.
Reparó entonces en el aspecto del enfermo. Este se sobresaltó cuando lo tocó en el brazo.
__No estas muerto. No puedes morirte hasta que yo lo diga.
Se sentó en el sillón. No volvió a preguntarse si acaso se estaba volviendo loco por la obsesión de su relación con aquel lugar. Muy al contrario. En este momento, vivía convencido de que el destino le había guiado hasta allí por algo. Y cada día estaba mas cerca de descubrirlo.
Cuando sintió levantarse a Petra, comenzó su rutina de atención al enfermo, para que estuviera finalizada cuando ella viniera con el desayuno. La sirvienta se asomó a la puerta para ver si todo iba bien. Comprobada la normalidad, se fue para iniciar su tarea diaria.
El hombre observaba a Félix. Si éste hubiera prestado atención a su expresión, se habría dado cuenta de que su mirada no era de temor como otras veces; era de odio. Un odio infinito.
Dejó que Petra le diera el desayuno, mientras él iba al baño a asearse. Abrió la ventana. Olía a pino quemado.
Pasó la mañana espiándola. Ella seguía con sus tareas habituales. No hizo nada diferente a otros días.
__Tengo que saber que pasó con el dichoso libro. Miraré en su dormitorio.
No hizo falta.
Llevaba todo el día sintiéndose mal. Cuando era niño, una noche, ardió el bosque de pinos centenarios que bordeaba la pequeña ciudad. Soplaba un fuerte viento de poniente. El humo lo invadió todo; hubo que desalojar a la gente que vivía mas próxima al fuego, él y su familia entre ellos.
Pasó mucho miedo.
Los animales que no dio tiempo a evacuar, murieron abrasados en sus cuadras. En días sucesivos un penetrante olor a madera y carne carbonizados persistió en el ambiente, mientras comprobaba con horror y tristeza como el fuego había convertido el monte en cenizas y los troncos de los árboles en figuras fantasmales, que vagaban entre el humo, escapadas del infierno a medio consumir. Comenzó a darle miedo aquel lugar en el que jugaba de niño con los perros, persiguiendo alimañas. Desde ese día, cada vez que el olor a pino quemado hacía acto de presencia, era presa de un extraño desasosiego, que terminaba por ponerle enfermo.
Cuando estaba en la habitación con Higinio, dándole la medicación de la tarde, sintió náuseas. Se dirigió al baño con toda la rapidez que le permitía su cada vez mas persistente mareo. Una vez allí se apoyó en el alfeizar de la ventana abierta, buscando un poco de alivio en el fresco vespertino. Con la vista aún borrosa, pudo ver a Petra atravesar el corral con algo en las manos, que depositó en el suelo al lado de una de la columnas que sostenían el depósito del agua, donde reposaba tras su largo viaje desde la nube al aljibe, antes de abastecer la vivienda.
Félix observó el tanque. Arriba, la mujer ya tenía adosada a la pared otra escalera portátil de pequeño tamaño.
Antes de coger el bulto que esperaba en el suelo miró hacia la casa. El se retiró rápidamente de la ventana. Trepó con el objeto, ¿parecía una caja?, hasta la altura del depósito por la herrumbrosa escala adosada a una de las columnas, en la que faltaban algunos peldaños. Cuando llegó a la plataforma, se encaramó por la otra escalera, levantó con trabajo la tapa y tiró dentro lo que , en efecto, era una caja. Tal vez la caja estanca que había visto días atrás.
__ No jodas... ¿ A que es el libro?. ¿Pero, por que en el depósito, por que no quemarlo?__. Se alejó de la ventana antes de que pudiera descubrirlo.__ No quiere destruirlo, únicamente pretende que yo no lo encuentre.
Se echo agua a la cara. Las náuseas habían desaparecido, pero el mareo continuaba. Se sentó en el borde de la bañera hasta sentirse mejor y volvió a la habitación del viejo. Olvidó por completo la medicación.
Apoyado en el piecero de la cama, de espaldas al enfermo, hizo un repaso de la situación:
Recoger el libro sería mas difícil: el depósito tendría mas o menos dos metros de altura, calculó Félix comparándolo con la estatura de Petra y un diámetro de casi otros dos. Ignoraba si la caja se habría sumergido o, por el contrario, estaría flotando.
Subiría y miraría dentro. Si no se veía, vaciaría el tanque.
Tenía que retirar la tapa y necesitaría otra escalera para descender y lo mas importante, para salir después. Además suponía que el tanque tendría en el fondo varios centímetros de limo. La maniobra era peligrosa. En la plataforma había poco espacio, si la escalera se movía por cualquier circunstancia, la caída podía ser mortal.
Bien, prepararía un plan. El único inconveniente era Petra.
Nunca se ausentaba, por eso iba a ser una tarea difícil. Necesitaba tiempo para llevar a cabo el rescate y ella no debía sorprenderlo. Eso podría significar un peligro añadido al que ya tenía de por si la ascensión a la plataforma, cuya altura se aproximaba a la de la casa.
Era imprescindible tener a la muda fuera de combate. Dedicó el resto de la tarde a idear el modo de librarse de ella.
Mientras Félix paseaba por la habitación gesticulando y hablando a media voz, el viejo le miraba cada vez mas temeroso. La impotencia y el miedo asomaban claramente en su afilado y pálido rostro. Apenas tenía vida.Para Félix no existía en esos momentos.
Mª Jose
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