Los subinspectores Monero y Desgracia eran diferentes como la mar y la arena, pero como ellas, inseparables y complementarios. Juan Monero era alto y guapetón, con un estudiado look casual.
Impetuoso y atrayente como el mar.
Mientras Casimiro era un ordinario de mucho cuidado, con la camisa rechinante, los puños deshilachados, los cuellos retorcidos y la americana llena de brillos de excesivo uso y poca limpieza. La corbata, todas las corbatas que se ataba al cuello, terminaban decoradas por lamparones de grasa de la comida basura que se metía entre pecho y espalda.
Era como la arena de la playa tras un naufragio.
Y como ella desparramado a lo ancho.
Todo lo contrario a Juan que se machacaba en el gimnasio y se bronceaba en la terraza o la piscina o donde tenía ocasión, para conseguir ese aspecto sano y deportivo que tanto le gustaba.
Al hacer su aparición en el comedor del geriátrico, las miradas de todas las mujeres, residentes y empleadas, jóvenes y menos jóvenes, salieron disparadas hacia Juan atraídas por su magnetismo, lo mismo que un haz de agujas cuando se les pone a tiro un imán.
Doña Rosa le dio un codazo a doña Ofelia.
__Has visto que tío tan bueno. Tiene un aire a Gary Cooper.
__¿El alto o el bajo?
Rosa la miró como a un bicho raro y meneó la cabeza.
Monero aceptó un café mientras echaba una ojeada sobre el personal; era una actitud muy americana que le encantaba. Los detectives de las películas siempre tenían una taza de café en la mano. Luego se dirigió con su camarada y la directora, hacia el lugar del crimen. Los de la científica ya habían hecho su trabajo. Al difunto le habían seccionado la yugular de un corte limpio con su propia navaja de afeitar. El asesino no dejó huellas, excepto la rueda del andador que se manchó con la sangre que vertió el cadáver, mientras su matador se entretenía en taparle la cara con la almohada.
Preguntó a la directora, por preguntar algo, lo obvio: si don Felipe tenía enemigos, si había tenido problemas con alguien últimamente, si como era un conquistador, podría existir un marido celoso. La directora contestó lo mismo a todas la preguntas.
__No, que yo sepa.
__Que sosa es la tía__pensó Monero__está buenísima, pero parece una muñeca hinchable.
Efectivamente, don Felipe Iglesias era un conquistador. Solterón y rico por su casa, jamás le había dado un palo al agua.
Al poco de fallecer su madre a la que adoraba, se vino a vivir a la Residencia. (Aunque se llamaba “El Mirador del Edén”, era la Residencia por antonomasia. La mejor de la provincia, con diferencia). Antes y durante toda su vida había morado en la casona familiar mimado por la tata y la madre, además de dos tías solteras, paterna y materna, que lo malcriaron. Estudió derecho, porque algo tenía que estudiar. Tardó años y años en terminar la carrera, debido a que dedicaba todo su tiempo a conquistar a las mujeres que se ponían o le ponían a su alcance. Se rumoreaba que había estado con unas diez mil. Igual que don Juan Tenorio, su ídolo, “había recorrido su amor toda la escala social”. También se decía que había tenido varios hijos, la mayoría con una vicetiple, que los fue dando en adopción. Así llegó a la vejez: solo, fané y un poco descangayado, como en el tango, pero con la moral conquistadora intacta.
En la Residencia siguió haciendo de las suyas. Ligó hasta con la cocinera, rechoncha y de buen ver y mejor tocar. Últimamente andaba un poco cabizbajo porque se le resistía doña Isabel. Pero todo se andaría. Se había reencontrado con un viejo conocido y tenía planes.
Tiempo al tiempo.
Lo que no sabía era que su tiempo se acababa.
♣
Doña Luisa llegó tarde, como siempre y un poco desconcertada por los sucesos. Luisa vivía en permanente desconcierto desde que sus nietos la habían metido en un tren con su raída maleta de cuadros y un billete hasta el final de trayecto, que era precisamente esta ciudad. Sucedió unos cuantos años atrás. La policía la recogió sentada en un banco de la estación aterida de frío. Creía que sus nietos vendrían en el próximo tren.
__Es que seguramente no tuvieron billete en éste.
Lo cierto que es que su tren había llegado hacía ya tres días. La asistencia social la llevó al Mirador del Edén de modo provisional. En los geriátricos públicos no había plazas libres.
Fue imposible encontrar a los nietos. Como si se los hubiese tragado la tierra. Habían vendido las propiedades, repartido el dinero y se habían esfumado después de meterla en el tren.
El mismo día llegó a la Residencia doña Isabel. Era una mujer guapísima diseñadora de joyas y aún joven para un geriátrico. Pero ya la habían asaltado varias veces, algunas por la noche mientras dormía y en la última casi acaban con su vida. Todas las medidas de seguridad que tenía instaladas no sirvieron para nada. Los ladrones eran como algunos virus: inmunes a las barreras. Antigua conocida de doña Elisa, la directora, decidió mudarse al Mirador del Edén, para estar acompañada. Pese a ello necesitaba alguien con ella en la habitación. A pesar del tratamiento psicológico seguía teniendo terror a la noche. Se trajo su propia acompañante.
Continuaba con su trabajo. Tenía un pequeño estudio donde hacía los diseños y pasaba mucho tiempo en la calle, comprando material o visitando a los clientes.
Hizo buenas migas con doña Luisa, que era extrovertida y discreta. Conocedora de su historia acordó con la directora contratarla como acompañante y así, ésta no tendría que abandonar la Residencia.
Hacía un par de noches que Isabel dormía en la enfermería. Tenía bronquitis y no quería contagiar a Luisa cuyo corazón estaba bastante resentido; no era para menos.
Luisa se sentó a la mesa con Rosa y Ofelia. No había traído el andador y se movía con dificultad.
¿Has visto que tío tan bueno?__Le espetó Rosa señalando a Juan Monero.
__¿Como han podido matar a Felipe?__preguntó con voz temblorosa.
__Pues ya ves. Alguna amante insatisfecha.
Luisa tenia los ojos arrasados en lágrimas.
__Uy, uy, uy, que tú te lo has tirado.
__¡Rosa!__dijo Ofelia__¿Como puedes hablar así en estos momentos?.
Luisa se puso colorada como un pimiento morrón.
__Lo ves__chilló Rosa__mira como se ha puesto. El color la delata. Y cuenta, cuenta, ¿qué tal?.
__¡Cállate ya!__terció Ofelia muy preocupada al ver como el rostro de Luisa iba tomando el color de la berenjena.
__Por cierto, Isabel no esta en el comedor, lo mismo es que ha matado a alguien__zanjó Rosa, que era incorregible.
♣
Según el forense la muerte se había producido por desangramiento sobre las cinco de la madrugada.
La cama estaba empapada. Había un pequeño charco en la alfombra y un rastro por el pasillo que fue dejando la rueda del andador. La huella terminaba de improviso en frente del ventanal donde el pasillo se bifurca. Casualmente éste da a la calle en la que se colocan los contenedores de basura. Pero el andador no se encontraba allí.
Desgracia bajó y lo comprobó. Los dos vigilantes del turno de noche ni vieron ni oyeron nada y a las cinco de la mañana un andador lanzado desde el tercer piso __haría un ruido de cojones__afirmó uno de los seguratas.
__¿Cuantos residentes hay en total?__preguntó Monero a la directora.
__En total trescientos.
__¿Y en esta planta?
__Cincuenta.
__¿Cuantos utilizan andador?.
__Unos treinta. Casi en cada habitación hay alguien que lo necesita.
__¿Puede reunir a los cincuenta de esta planta en el comedor?
__Desde luego. Pero no a todos. Hay varios imposibilitados.
__¿Que hacemos?__preguntó Desgracia una vez solos en el pasillo.
__Tengo una idea que simplificará las cosas. Si resulta, caso resuelto.
__¿No indagamos los posibles motivos del crimen?.
__¿Para que?. Si cogemos al culpable él nos dirá los motivos.
Monero era famoso en el gremio por simplificar las investigaciones, tanto, que a veces se quedaban en nada.
♣
Doña Isabel llegó de las últimas. Se notaba que había estado enferma, tenía mal color y unas ojeras muy pronunciadas. Estaba sin arreglar y el pelo era un desorden caótico. Parecía un árbol en medio de un vendaval.
¡Que barbaridad!__exclamó Rosa__parece que has estado matando a alguien.
__¡Rosa!.
__¿No estabas enferma?.
__Si. Estoy un poco mejor, ya no tengo fiebre, aunque no he dormido__dijo, sentándose.
__¿Que te ha pasado en la muñeca?__Preguntó Luisa al ver la tirita.
__Me he cortado….
__ ¿No te habrás cortado con la navaja de afeitar de Felipe, por un casual?__interrumpió Rosa
__¡Rosa, por Dios!.
Isabel hizo como si no la hubiera escuchado.
__Me corté con el frasco de jarabe. No podía abrirlo. Estaba tosiendo sin parar. Casi me ahogo.
__Ya__concluyó Rosa, mirándola fijamente.
Don Jacinto apareció tarde también y buscó a doña Luisa. Habían hecho muy buenas migas. Se sentó primero en la mesa de al lado. Isabel le mandó acercarse. Ella no iba a desayunar. Solamente tomaría un café. Luisa se levantó.
__No os mováis, yo me sentaré con él.
__Uy, estos dos__dijo Rosa juntando repetidamente ambos dedos índices.
La anciana observó como cuchicheaban. Jacinto parecía nervioso, pero era natural. Todo el mundo lo estaba. Además él tenía cierta relación con Felipe. Ninguno de los dos desayunó. Se levantaron y se fueron directos al jardín. Rosa, que no les perdió de vista, se fijó en que Luisa cojeaba mucho mas de lo habitual y él caminaba despacio adaptando su paso al de ella. Jacinto era de los que no usaba andador; era mayor que Luisa, pero estaba hecho un chaval. En el jardín se encontraron con la anterior directora. Se sentaron juntos en la pérgola.
__¿Que se traerán entre manos estos tres?.
♣
Antes del primer turno de comidas, los cuarenta y cinco residentes de la tercera planta que no estaban encamados, se encontraban sentados en el comedor, esperando escuchar lo que el policía guapo les iba a comunicar. El gordo estaba en la calle al lado de los contenedores. Paseaba arriba y abajo continuamente, resoplando y sudando. En este momento se había apoyado en la pared y fumaba un cigarrillo
Juan Monero utilizó la megafonía de la sala para dirigirse al personal.
__Buenos días señores. Como ya conocen un compañero suyo ha sido asesinado esta noche. El asesino, muy hábil, no dejó huellas. Pero ustedes ya sabrán que no hay crimen perfecto. Ni asesino infalible. Se le pasó por alto una cosa__Monero hizo una larga pausa valorativa__Fue dejando un rastro de sangre por el pasillo.
Esperaba oír un ooooh, pero en el comedor había un silencio de cementerio.
__Si, ya lo se. Lo se. Era la sangre del difunto, no la del criminal. Pero….la huella que fue dejando el andador, tenía una marca personal e intransferible. Como el ADN. ¿Comprenden?. La rueda tenía, por la causa que fuera,__ Monero se encogió de hombros__ un dibujo casi imperceptible, pero que quedó estampado en el rastro de sangre.
__Muy claramente__dijo tras otra larga pausa.
Se acercó un poco mas a su auditorio.
__Vaya, que el andador dejó su firma. Solamente tengo que encontrar a su dueño, lo cual es fácil, convendrán conmigo. Sabemos que sigue dentro de la Residencia. Es mas yo me atrevería a afirmar que continua en el tercer piso. Así que, cuando terminen de comer, subirán a sus habitaciones y esperarán allí hasta que mi compañero y yo comprobemos sus andadores. Esto nos puede llevar… el resto del día. Incluso es probable que no terminemos hoy. Se les cortará el teléfono y se les requisarán los móviles. Si necesitan algo o se ponen enfermos usarán el timbre. Buen provecho.
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