La granja-cap.IV

Sintió alivio al saber que tendría que quedarse en el campo y no podría regresar a diario. Dormir con Marta de vez en cuando estaba bien, pero todas las noches se le antojaba excesivo.
El nuevo enfermo no tenia familia. Vivía en una especie de granja a bastantes kilómetros de la ciudad. No quería abandonar su casa. La mujer que lo acompañaba había entregado un escrito a las asistentes sociales en el cual el viejo disponía que, en caso de no recuperarse totalmente le buscaran alguien que lo atendiera las 24 horas. Ellas se pusieron en contacto con Marta.
Salió de la pequeña ciudad y antes de llegar a la recién inaugurada autopista, dobló a la derecha, justo por detrás de su antigua casa. Siguió por la vieja carretera unos veinte kilómetros, antes de coger un desvió a la izquierda. No se cruzó con ningún vehículo. Unos metros mas allá del puente medieval, que permitía sortear el riachuelo de montaña aún con poco caudal y luego de una pronunciada curva, lo que vio ante sus ojos le hizo detenerse en seco.
No se lo podía creer.¡Era el camino!.¡El camino que tantas noches había visto en sueños!. Con su suelo de tierra y las hileras de árboles. Se quedó atónito. Estaba ahí. Tan cerca de donde había vivido.
Sintió una lengua de hielo que le recorría la espina dorsal.
Después de un rato de contemplar absorto la senda arbolada que tenía delante, notó que un sudor frío le estaba dejando yerto. Paró el motor y salió del coche. Se plantó en el centro del camino y estuvo un rato pensativo. Esperaba que de la misma manera que avanzaba en el sueño, retrocediera de un momento a otro y desapareciera. Se retiró hacia atrás por si acaso, parpadeando. Pero, el sendero continuaba obstinado en su sitio.
Le dieron ganas de irse a toda prisa, sin embargo, optó por subir de nuevo al coche y continuar. ¿Qué iba a decirle a Marta si volviera, que había visto antes en sueños el lugar y se había asustado?.Menuda bronca le esperaba. Además no podía andarse con bromas. No tenía otro trabajo. Por eso, después de dudarlo bastante, arrancó y enfiló la conocida senda, lamentando haberse dejado convencer para abandonar la mueblería.Era rectilínea durante un buen trecho, luego torcía a la derecha y al poco, se divisaba la casa. Los árboles la flanqueaban entera.
Del hombre y la mula no había ni rastro, por suerte.
La vivienda era de dos plantas mas desván, porque tenía solanas en el tejado. Estaba un poco falta de pintura, pero no tenía mal aspecto. A la izquierda había un amplio cobertizo que hacía las veces de garaje y un pequeño huerto con hortalizas. El resto era campo seco y peñascoso.
Aparcó cerca de la puerta principal. Una ambulancia estaba justo delante. Dos empleados salían de la casa en ese momento, les acompañaba una mujer que al ver al recién llegado se quedó esperando en la puerta.
Félix recogió sus cosas y se dispuso a entrar. Saludó a la mujer que se lo quedó mirando y le hizo una seña para que la siguiera.
Sin decir una palabra lo condujo hasta la planta superior, se paró delante de una puerta y le hizo otra seña para que entrara. Una vez dentro le quitó la maleta de la mano y le empujó de nuevo hacia la puerta.
__¿No sería mas fácil si me dijera lo que debo hacer?
La mujer se dio la vuelta y soltó un gruñido gutural.
__Espere un momento. ¿No puede hablar?
Negó con la cabeza sin mirarle siquiera.
__Pero si oye perfectamente__se dijo a si mismo en voz alta.
La mujer se paró delante de otra puerta situada en frente de la anterior y le invitó a entrar con la cabeza.
Félix traspasó el umbral y se quedó mirando el cuarto. Era una habitación no muy amplia; en frente estaba la ventana y en el lado izquierdo la cama con el paciente, una mesilla de noche, una butaca y una silla de ruedas.
Se acercó para echar un vistazo al enfermo y saludar. Se quedó paralizado y un tanto confuso. Un nuevo escalofrío le recorrió de la nuca a los talones y el vello se le erizó en cada poro de la piel.
¡Era él!. El hombre que veía en su sueño conduciendo la mula. Con mas edad, pero él seguro. Alto, aunque menos corpulento por la enfermedad, con el pelo pajizo y la cara llena de pecas. Avanzó titubeante hasta el sillón y se sentó sin dejar de mirar al enfermo que también lo contemplaba sin pestañear.
La mujer le puso una pizarra delante de los ojos:
“ No puede hablar. Hay que darle la medicación que tiene ahí escrita en esa hoja sobre la mesita. Come con dificultad solamente dieta blanda. Como ve tiene puesta una vía. Yo vivo aquí también. No puedo hablar, pero oigo perfectamente. Cualquier cosa que necesite me llama . Soy Petra”.
Félix estaba demasiado aturdido, dejó la pizarra y cogió la hoja con las instrucciones para los medicamentos. Comprobó que estaban todos y luego volvió a mirar al hombre que no le había quitado la vista de encima.
__Me llamo Félix. Soy quien va a cuidarle. Ya nos iremos conociendo.
Se levantó, salio y se dirigió a la habitación donde había dejado el equipaje. Se sentó en la cama. ¡Que extraño era todo!. Si hubiera soñado con el camino y el hombre por vez primera en las últimas semanas, entraría dentro de lo posible. A veces sucede que tenemos sueños premonitorios de lo que nos va a suceder en unos días; pero llevaba viéndolo hacía por lo menos, treinta años. No era normal. Algo muy definitivo tendría que significar.
La inquietud dejó paso a la curiosidad. Deshizo el equipaje y bajó a hablar con Petra. Antes echó un vistazo en el comedor y la salita, que junto con la cocina conformaban la planta baja. Le llamó la atención una fotocopiadora que descansaba sobre una mesa al lado de la tele. Era un modelo muy moderno exactamente igual a la que tenía Marta en la oficina.
__¿Para que querrán aquí este aparato?. Nunca lo he visto en sueños, que yo recuerde…
Encontró a la sirvienta preparando la cena. La cocina era grande, le recordó la de su antigua casa. Pero esta relucía de limpia. Había multitud de cacharros de cobre que brillaban con el sol de la tarde, proporcionando a la estancia una agradable y cálida tonalidad rojiza.
__¿Lleva mucho tiempo aquí?
Petra asintió.
__¿El viejo siempre vivió solo?
Negó con la cabeza.
__¿Estuvo casado?
La sirvienta o no le oyó o fingió no oírle. Salió por la puerta de atrás y se dirigió al corral.
Félix se asomó a la puerta. Había un gallinero y otra construcción que no se veía desde el frente de la casa. Parecía una antigua cuadra. Algo llamó su atención. Ya lo había observado desde arriba. Todo estaba seco, pero delante de sus ojos tenía un trozo de campo, una especie de pradera, con un roble en el centro y una hierba bastante alta y de un verde exuberante.
__¿Como es que está ese trozo tan fértil?
Ella pasó por su lado sin responder; cuando él entró, tenía la respuesta en la pizarra: “Ahí echamos el estiércol de los conejos. No me pregunte sobre la vida privada del señor. ¿A usted que le importa?”.
Durmió mal. Se levantó temprano y se dirigió a atender a su cliente. Lo aseó, lo afeitó, hizo los ejercicios muy suavemente, porque el enfermo no estaba para muchos trotes, lo cogió en brazos, aunque alto pesaba bastante poco, y lo sentó en el sofá orejero. La silla de ruedas era muy incómoda para alguien que apenas sostenía la cabeza. El hombre no dejaba de observarle, hubo un momento en el que Félix creyó adivinar un cierto temor en la mirada del anciano.
__Es normal, no me conoce y no se fía.
En ese momento entraba Petra con el desayuno.
Al final del pasillo estaba el cuarto de baño que él utilizaba. A la derecha arrancaba la escalera de acceso al desván. La puerta estaba cerrada. Notó que tenía puesto un grueso candado. Le preguntó a Petra cuando dejaba la habitación del señor, tras hacer la cama y se acercaba por el pasillo.
__¿Y esto?
Ella le miró fijamente y negó con la cabeza. Félix apuró el paso y se puso delante:
___Hay un desván, es evidente. ¿Pero por que esta cerrado el acceso?
Petra lo esquivó y bajó las escaleras. Cuando Félix llegó a la cocina para desayunar tenía la pizarra delante de la taza.
“¿A usted que le importa si hay o no desván, ni porque está cerrado?. Limítese a hacer su trabajo y déjenos en paz”.
Decidió aparentar normalidad, era mejor no levantar sospechas. Podría fingir indiferencia e investigar todo lo que le diera la gana , aprovechando que Petra estuviera ocupada.
__Tiene razón mujer. Es que soy curioso por naturaleza. No volverá a pasar.
Ella lo miró con desconfianza.
Los días siguientes estudió las costumbres de la casa. Petra no se ausentaba nunca. Una vez por semana por medio del panadero, enviaba la lista del pedido al supermercado y éstos se la traían a casa por la tarde. Lo encontró raro, porque ella conducía. Podría perfectamente ausentarse para hacer la compra, sobre todo ahora que estaba él.
La mujer parecía tener una relación cordial con todo el mundo. En la casa había hortalizas del huerto, fruta, huevos y carne de conejo y pollo.
Si no fuera por el sueño, todo hubiera estado bien, pero el hecho de llevar años soñando con el camino y el hombre, hacía que cualquier cosa le infundiera sospechas. Probablemente fuera premonición; quizá algo definitivo iba a ocurrirle en aquel lugar, a lo mejor algo bueno. Pero él no lo creía así. Estaba convencido de que el sueño tenía relación mas bien con su pasado.
__Me estoy volviendo paranoico.
No obstante preparó una hoja de ruta:
“Encontrar vestigios de la existencia de la mula y los fardos. Pero, sobre todo, hallar la llave de acceso al desván”. No sabía bien porqué, pero estaba seguro que el desván desvelaría el misterio.
Investigó los cobertizos buscando la mula. No la encontró. No había mas animales que gallinas y conejos. En el que hacía las veces de garaje, en un anexo cerrado, encontró una antigua Isocarro. Cuando era niño veía una igual pasar a menudo por la carretera de detrás de su casa.
__Menuda reliquia.
Había también una bicicleta con las ruedas pinchadas y multitud de objetos en una estantería adosada a la pared del fondo. Herramientas, una manguera de riego, antiguos motores sumergibles inservibles (posiblemente de extraer agua del aljibe) y una caja estanca colocada allí hacía poco porque resaltaba entre todo lo demás, viejo y polvoriento. Una gran variedad de aperos de labranza contemplaban el paso del tiempo apoyados en la pared.
La antigua cuadra, estaba vacía. No era muy amplia, cabrían dos o tres animales. Se notaba que llevaba tiempo sin ser habitada. Había un altillo lleno de paja vieja con una escalera muy rudimentaria de madera para acceder. Subió con cuidado; algunos peldaños estaban podridos. Cogió una horca y se dedico a buscar entre el heno ya rancio y casi convertido en polvo. Comenzaba a sentirse ridículo cuando tropezó con un obstáculo, retiró la paja a toda prisa y ante su asombro un tanto receloso, apareció algo que le erizó la piel:¡la silla y los fardos!. Iguales a los que veía en el sueño. Había algo mas: la manta que los tapaba . Sucia, rota y decolorada, pero era la frazada que él viera en el sueño. Seguro.
__Seguro, estoy seguro.
Estuvo a punto de llamar a Petra, pero se contuvo. __No seas idiota.¿Para que llamarla?.
No debía conocer sus sospechas bajo ningún concepto. Comenzaba a considerar peligrosa la situación.
Ella lo estaba observando tras los verdosos cristales de la ventana. Cuando vio que bajaba del altillo, se fue a toda prisa hacia la casa.
Sintió alivio al saber que tendría que quedarse en el campo y no podría regresar a diario. Dormir con Marta de vez en cuando estaba bien, pero todas las noches se le antojaba excesivo.
El nuevo enfermo no tenia familia. Vivía en una especie de granja a bastantes kilómetros de la ciudad. No quería abandonar su casa. La mujer que lo acompañaba había entregado un escrito a las asistentes sociales en el cual el viejo disponía que, en caso de no recuperarse totalmente le buscaran alguien que lo atendiera las 24 horas. Ellas se pusieron en contacto con Marta.
Salió de la pequeña ciudad y antes de llegar a la recién inaugurada autopista, dobló a la derecha, justo por detrás de su antigua casa. Siguió por la vieja carretera unos veinte kilómetros, antes de coger un desvió a la izquierda. No se cruzó con ningún vehículo. Unos metros mas allá del puente medieval, que permitía sortear el riachuelo de montaña aún con poco caudal y luego de una pronunciada curva, lo que vio ante sus ojos le hizo detenerse en seco.
No se lo podía creer.¡Era el camino!.¡El camino que tantas noches había visto en sueños!. Con su suelo de tierra y las hileras de árboles. Se quedó atónito. Estaba ahí. Tan cerca de donde había vivido.
Sintió una lengua de hielo que le recorría la espina dorsal.
Después de un rato de contemplar absorto la senda arbolada que tenía delante, notó que un sudor frío le estaba dejando yerto. Paró el motor y salió del coche. Se plantó en el centro del camino y estuvo un rato pensativo. Esperaba que de la misma manera que avanzaba en el sueño, retrocediera de un momento a otro y desapareciera. Se retiró hacia atrás por si acaso, parpadeando. Pero, el sendero continuaba obstinado en su sitio.
Le dieron ganas de irse a toda prisa, sin embargo, optó por subir de nuevo al coche y continuar. ¿Qué iba a decirle a Marta si volviera, que había visto antes en sueños el lugar y se había asustado?.Menuda bronca le esperaba. Además no podía andarse con bromas. No tenía otro trabajo. Por eso, después de dudarlo bastante, arrancó y enfiló la conocida senda, lamentando haberse dejado convencer para abandonar la mueblería.
Era rectilínea durante un buen trecho, luego torcía a la derecha y al poco, se divisaba la casa. Los árboles la flanqueaban entera.
Del hombre y la mula no había ni rastro, por suerte.
La vivienda era de dos plantas mas desván, porque tenía solanas en el tejado. Estaba un poco falta de pintura, pero no tenía mal aspecto. A la izquierda había un amplio cobertizo que hacía las veces de garaje y un pequeño huerto con hortalizas. El resto era campo seco y peñascoso.
Aparcó cerca de la puerta principal. Una ambulancia estaba justo delante. Dos empleados salían de la casa en ese momento, les acompañaba una mujer que al ver al recién llegado se quedó esperando en la puerta.
Félix recogió sus cosas y se dispuso a entrar. Saludó a la mujer que se lo quedó mirando y le hizo una seña para que la siguiera.
Sin decir una palabra lo condujo hasta la planta superior, se paró delante de una puerta y le hizo otra seña para que entrara. Una vez dentro le quitó la maleta de la mano y le empujó de nuevo hacia la puerta.
__¿No sería mas fácil si me dijera lo que debo hacer?
La mujer se dio la vuelta y soltó un gruñido gutural.
__Espere un momento. ¿No puede hablar?
Negó con la cabeza sin mirarle siquiera.
__Pero si oye perfectamente__se dijo a si mismo en voz alta.
La mujer se paró delante de otra puerta situada en frente de la anterior y le invitó a entrar con la cabeza.
Félix traspasó el umbral y se quedó mirando el cuarto. Era una habitación no muy amplia; en frente estaba la ventana y en el lado izquierdo la cama con el paciente, una mesilla de noche, una butaca y una silla de ruedas.
Se acercó para echar un vistazo al enfermo y saludar. Se quedó paralizado y un tanto confuso. Un nuevo escalofrío le recorrió de la nuca a los talones y el vello se le erizó en cada poro de la piel.
¡Era él!. El hombre que veía en su sueño conduciendo la mula. Con mas edad, pero él seguro. Alto, aunque menos corpulento por la enfermedad, con el pelo pajizo y la cara llena de pecas. Avanzó titubeante hasta el sillón y se sentó sin dejar de mirar al enfermo que también lo contemplaba sin pestañear.
La mujer le puso una pizarra delante de los ojos:
“ No puede hablar. Hay que darle la medicación que tiene ahí escrita en esa hoja sobre la mesita. Come con dificultad solamente dieta blanda. Como ve tiene puesta una vía. Yo vivo aquí también. No puedo hablar, pero oigo perfectamente. Cualquier cosa que necesite me llama . Soy Petra”.
Félix estaba demasiado aturdido, dejó la pizarra y cogió la hoja con las instrucciones para los medicamentos. Comprobó que estaban todos y luego volvió a mirar al hombre que no le había quitado la vista de encima.
__Me llamo Félix. Soy quien va a cuidarle. Ya nos iremos conociendo.
Se levantó, salio y se dirigió a la habitación donde había dejado el equipaje. Se sentó en la cama. ¡Que extraño era todo!. Si hubiera soñado con el camino y el hombre por vez primera en las últimas semanas, entraría dentro de lo posible. A veces sucede que tenemos sueños premonitorios de lo que nos va a suceder en unos días; pero llevaba viéndolo hacía por lo menos, treinta años. No era normal. Algo muy definitivo tendría que significar.
La inquietud dejó paso a la curiosidad. Deshizo el equipaje y bajó a hablar con Petra. Antes echó un vistazo en el comedor y la salita, que junto con la cocina conformaban la planta baja. Le llamó la atención una fotocopiadora que descansaba sobre una mesa al lado de la tele. Era un modelo muy moderno exactamente igual a la que tenía Marta en la oficina.
__¿Para que querrán aquí este aparato?. Nunca lo he visto en sueños, que yo recuerde…
Encontró a la sirvienta preparando la cena. La cocina era grande, le recordó la de su antigua casa. Pero esta relucía de limpia. Había multitud de cacharros de cobre que brillaban con el sol de la tarde, proporcionando a la estancia una agradable y cálida tonalidad rojiza.
__¿Lleva mucho tiempo aquí?
Petra asintió.
__¿El viejo siempre vivió solo?
Negó con la cabeza.
__¿Estuvo casado?
La sirvienta o no le oyó o fingió no oírle. Salió por la puerta de atrás y se dirigió al corral.
Félix se asomó a la puerta. Había un gallinero y otra construcción que no se veía desde el frente de la casa. Parecía una antigua cuadra. Algo llamó su atención. Ya lo había observado desde arriba. Todo estaba seco, pero delante de sus ojos tenía un trozo de campo, una especie de pradera, con un roble en el centro y una hierba bastante alta y de un verde exuberante.
__¿Como es que está ese trozo tan fértil?
Ella pasó por su lado sin responder; cuando él entró, tenía la respuesta en la pizarra: “Ahí echamos el estiércol de los conejos. No me pregunte sobre la vida privada del señor. ¿A usted que le importa?”.
Durmió mal. Se levantó temprano y se dirigió a atender a su cliente. Lo aseó, lo afeitó, hizo los ejercicios muy suavemente, porque el enfermo no estaba para muchos trotes, lo cogió en brazos, aunque alto pesaba bastante poco, y lo sentó en el sofá orejero. La silla de ruedas era muy incómoda para alguien que apenas sostenía la cabeza. El hombre no dejaba de observarle, hubo un momento en el que Félix creyó adivinar un cierto temor en la mirada del anciano.
__Es normal, no me conoce y no se fía.
En ese momento entraba Petra con el desayuno.
Al final del pasillo estaba el cuarto de baño que él utilizaba. A la derecha arrancaba la escalera de acceso al desván. La puerta estaba cerrada. Notó que tenía puesto un grueso candado. Le preguntó a Petra cuando dejaba la habitación del señor, tras hacer la cama y se acercaba por el pasillo.
__¿Y esto?
Ella le miró fijamente y negó con la cabeza. Félix apuró el paso y se puso delante:
___Hay un desván, es evidente. ¿Pero por que esta cerrado el acceso?
Petra lo esquivó y bajó las escaleras. Cuando Félix llegó a la cocina para desayunar tenía la pizarra delante de la taza.
“¿A usted que le importa si hay o no desván, ni porque está cerrado?. Limítese a hacer su trabajo y déjenos en paz”.
Decidió aparentar normalidad, era mejor no levantar sospechas. Podría fingir indiferencia e investigar todo lo que le diera la gana , aprovechando que Petra estuviera ocupada.
__Tiene razón mujer. Es que soy curioso por naturaleza. No volverá a pasar.
Ella lo miró con desconfianza.
Los días siguientes estudió las costumbres de la casa. Petra no se ausentaba nunca. Una vez por semana por medio del panadero, enviaba la lista del pedido al supermercado y éstos se la traían a casa por la tarde. Lo encontró raro, porque ella conducía. Podría perfectamente ausentarse para hacer la compra, sobre todo ahora que estaba él.
La mujer parecía tener una relación cordial con todo el mundo. En la casa había hortalizas del huerto, fruta, huevos y carne de conejo y pollo.
Si no fuera por el sueño, todo hubiera estado bien, pero el hecho de llevar años soñando con el camino y el hombre, hacía que cualquier cosa le infundiera sospechas. Probablemente fuera premonición; quizá algo definitivo iba a ocurrirle en aquel lugar, a lo mejor algo bueno. Pero él no lo creía así. Estaba convencido de que el sueño tenía relación mas bien con su pasado.
__Me estoy volviendo paranoico.
No obstante preparó una hoja de ruta:
“Encontrar vestigios de la existencia de la mula y los fardos. Pero, sobre todo, hallar la llave de acceso al desván”. No sabía bien porqué, pero estaba seguro que el desván desvelaría el misterio.
Investigó los cobertizos buscando la mula. No la encontró. No había mas animales que gallinas y conejos. En el que hacía las veces de garaje, en un anexo cerrado, encontró una antigua Isocarro. Cuando era niño veía una igual pasar a menudo por la carretera de detrás de su casa.
__Menuda reliquia.
Había también una bicicleta con las ruedas pinchadas y multitud de objetos en una estantería adosada a la pared del fondo. Herramientas, una manguera de riego, antiguos motores sumergibles inservibles (posiblemente de extraer agua del aljibe) y una caja estanca colocada allí hacía poco porque resaltaba entre todo lo demás, viejo y polvoriento. Una gran variedad de aperos de labranza contemplaban el paso del tiempo apoyados en la pared.
La antigua cuadra, estaba vacía. No era muy amplia, cabrían dos o tres animales. Se notaba que llevaba tiempo sin ser habitada. Había un altillo lleno de paja vieja con una escalera muy rudimentaria de madera para acceder. Subió con cuidado; algunos peldaños estaban podridos. Cogió una horca y se dedico a buscar entre el heno ya rancio y casi convertido en polvo. Comenzaba a sentirse ridículo cuando tropezó con un obstáculo, retiró la paja a toda prisa y ante su asombro un tanto receloso, apareció algo que le erizó la piel:¡la silla y los fardos!. Iguales a los que veía en el sueño. Había algo mas: la manta que los tapaba . Sucia, rota y decolorada, pero era la frazada que él viera en el sueño. Seguro.
__Seguro, estoy seguro.
Estuvo a punto de llamar a Petra, pero se contuvo. __No seas idiota.¿Para que llamarla?.
No debía conocer sus sospechas bajo ningún concepto. Comenzaba a considerar peligrosa la situación.
Ella lo estaba observando tras los verdosos cristales de la ventana. Cuando vio que bajaba del altillo, se fue a toda prisa hacia la casa.

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